Chile se caracteriza por ser una
nación solidaria y articulada. La reciente publicación de los primeros
resultados de un estudio realizado por la Universidad John Hopkins (EE.UU.),
detectó 106.880 agrupaciones ciudadanas en Chile, donde se incluyen
fundaciones, corporaciones, grupos de Adultos Mayores y clubes deportivos,
entre otros. Del total de la población adulta, el 7% ha participado en acciones
voluntarias, cifra muy superior a las tendencias diagnosticadas en otros países
latinoamericanos. Por su parte, el 47% de quienes pertenecen a organizaciones
sin fines de lucro lo hacen sin recibir remuneración alguna.
Así, en el año 2003, se
formó la Red Nacional de Voluntarios de Chile. De esta manera, al año siguiente
más de 25 mil voluntarios movilizados y 500 mil personas fueron beneficiadas
producto de los 119 proyectos ejecutados con recursos del Fondo Concursable de
Voluntariado, el cual se implementó a través de la Dirección de Organizaciones
Sociales (DOS)
La participación en Chile está
mayoritariamente relacionada con la autoayuda y el asistencialismo. Sin
embargo, es mucho menor en ámbitos de interés público. La motivación de la
participación está relacionada, de manera prioritaria, con la capacidad de
incidir en decisiones que conciernen a un determinado grupo y a acceder a
recursos. A su vez, es más frecuente el involucramiento de la ciudadanía en
instancias de denuncia que de generación de soluciones, ya que se asume que
éste es un rol que le compete al Estado.
Para referirse al rol de las ONGs
en el diseño, implementación y evaluación de políticas públicas, es preciso
asumir momentos clave en nuestra historia reciente.
El aporte de las ONGs durante la
década de los 80 (período de restablecimiento democrático) es indiscutido. A
partir de los 90, las que lograron sobrevivir fueron aquellas que identificaron
un nicho donde focalizar su misión y se profesionalizaron. Algunas se
especializaron en la denuncia y promoción de ciertas temáticas (advocacy),
y otras en la generación de servicios tales como investigación, educación y
conservación, entre otros.
1. 1990 – 1994
Las ONGs evolucionaron desde el
entusiasta apoyo inicial a un estado de desencanto. Resintieron que el
Presidente Aylwin las privara de sus profesionales técnicamente mejor
preparados, ya que los invitó a participar y ser parte del primer gobierno de
la Concertación. . Adicionalmente, el Gobierno canalizó los programas de ayuda
externa a través de la Agencia de Cooperación Internacional (AGCI), con lo cual
desvió la principal fuente de recursos de las ONGs hacia sus propias
iniciativas. Por otra parte, dado que en ese período se instaló la política de
los consensos “en la medida de lo posible”, los programas de gobierno no
cumplieron a cabalidad las expectativas de las ONGs.
2. 1994 – 2000
El gobierno del Presidente Frei
fue un momento “árido” para las ONGs. Esto porque al no ser reconocidas como
interlocutoras válidas en los programas de gobierno, emigraron mayoritariamente
a la oposición alternativa, El gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet ha
renovado el entusiasmo de las ONGs, especialmente ante los anunciados procesos
participativos.
Hoy, existe una gran ambigüedad
en la percepción pública sobre las ONGs. Por una parte, ellas aparecen en las
encuestas de opinión como una de las instituciones con mayor credibilidad, no
solo a nivel nacional sino que también internacional. Sin embargo, en el
discurso privado de los tomadores de decisión –tanto del sector público como
privado– se observa una evidente descalificación de ellas donde se habla de 5 las “o-ene-¿qué?”, haciendo alusión a su escasa representatividad
y poder efectivo. Se les atribuye tener agendas ocultas (políticas, sociales o
económicas), ser de una ideología antisistema (razón por la cual todas las
iniciativas son criticadas a priori), o simplemente estar obsoletas. En opinión
de los grupos más conservadores de la sociedad, las ONGs constituyen “un grupo
minoritario bien informado y mal intencionado, que manipula a un grupo
mayoritario bien intencionado y mal informado”. De hecho, los medios de
comunicación han acogido denuncias sobre la falta de transparencia interna en
estas organizaciones y se las relaciona con mecanismos utilizados para desviar
fondos públicos.
Se ha llegado a plantear
que, lejos de contribuir al fortalecimiento de la democracia, las ONGs más
bien son una manifestación de la crisis del sistema de gobierno. De esta
manera, serían los partidos políticos quienes están legítimamente llamados a
impulsar los intereses y preocupaciones de la ciudadanía, producto de su
representatividad ciudadana proveniente del voto popular. Algunos opinan que
cuando las ONGs participan en el diseño de políticas públicas, lo estarían
haciendo para defender intereses privados que no necesariamente corresponden al
bien común. Estos podrían ser legítimos –es decir, motivados por el
cumplimiento de la misión institucional de la ONG– o ilegítimos, derivados del
objetivo de generar recursos para sus cuerpos profesionales o, peor aún, cuando
lo utilizan para “camuflar” intereses económicos que se sienten amenazados por
alguna medida administrativa y se defienden a través del quehacer de las ONGs.
El Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA) se ha utilizado para este
propósito, y algunos sospechan que estos espacios abiertos por la Ley 19.300,(5)
incluso han servido para defender intereses comerciales de países competidores
a través del quehacer de ONGs que reciben financiamiento internacional.
Por otra parte, en cuanto a la percepción general de la
ciudadanía, se puede reconocer la disposición y voluntad que tienen a ejercer
poder entre la gente, lo cual queda de manifiesto en el último Informe de
Desarrollo Humano del PNUD en Chile.
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